TOROS EN SEVILLA

El blog taurino de Víctor García-Rayo. La pasión por el hábitat natural del toro de lidia. La fiesta, el amor por el animal más hermoso del mundo. Centrado en Sevilla y en su provincia, una ventana taurina que se abre al mundo. Cultura y amor por la tauromaquia.




jueves, 13 de junio de 2019

LA IMPERTINENTE MALA BABA



...y de tanto mirar cómo morían las olas en la orilla, una y otra vez,
 te perdiste una hermosa puesta de sol.

La fiesta nuestra de los toros es un universo que descansa en los cimientos de la tradición, la belleza, el miedo, la verdad, la estética, la muerte, la sensibilidad y la liturgia. Y de esos troncos fundamentales nacen las ramas que  dotan de vida al hecho taurino, al espectáculo, su forma y su fondo. Debemos comenzar por entender, pues, el autentico matiz diferenciador que convierte a las corridas de toros en un evento absolutamente maravilloso. Ese matiz se llama VERDAD. En el ruedo siempre hay, al final, un hombre que pone en riesgo su vida delante de un toro. Por tanto, defendamos que el respeto ante esta apabullante realidad deba ser algo de carácter sagrado. Si no respetamos esos momentos, no hemos entendido este arte efímero y fantástico de la lidia y muerte de los toros bravos. Por cierto, el animal también merece un respeto sincero que no siempre le otorgamos.  
El aficionado conoce, o debería conocer, que un torero tiene algo más de diez minutos para entender, lidiar, resolver, sentir, pensar y brillar como artista jugándose literalmente la vida. 
Aquí entra en escena la música inteligente, el sonido que todo lo envuelve, las notas que contienen cualquier pentagrama en caso de desencuentro. Es la música del silencio. Hay lugares litúrgicos en los que la música del silencio debería respetarse hasta cualquier límite. Es por eso que, cuando un torero está delante de un toro, no debe jamás recriminarse su actitud. Para eso existe el silencio, que puede ser reprobación pero es, sobre todo, respeto. El momento de expresar un desacuerdo debe ser a la muerte del toro, cuando la obra, más o menos afortunada, esté concluida. Y ese es el espacio para los pitos, los gritos y las muestras públicas que algunas personas necesitan exteriorizar de manera ostensible en una suerte de demostración de su férrea defensa de una fiesta de los toros que sólo existe en su irrefrenable deseo de llamar la atención. 
Ese sector de público de Las Ventas que todo lo protesta, que busca  -no con objetividad sino con saña- de manera permanente el lado negativo de cada tercio, de cada instante, no está defendiendo la pureza de la corrida. Está faltando el respeto a los actuantes, a la mayoría del público y también a la fiesta en sí misma. Ni el toreo es más verdad cuanto más cruzado se encuentre el diestro, ni el toro es más fiero cuanto más grande, ni es de recibo que un triunfo tenga que pasar necesariamente por la gravedad de ésta o aquella cornada. Hay toreros que concluyen sus faenas habiendo expuesto mucho más de su carne que otros toreros que necesitan de la enfermería tras ser cogidos. La riqueza y la verdad de esta fiesta reside en la variedad, en la pluralidad. Una tarde de toros te llevará por la senda del pánico, la siguiente puede ser una catarata de dulces momentos, otra se presentará terriblemente compleja y la siguiente plana como el agua de un pantano. Esa es la grandeza de este espectáculo. No conocemos a priori lo que va a pasar, y por supuesto nadie es nadie para decirnos "lo que tiene que pasar". 
Con el pago de una entrada no se compromete a nadie a tener sensibilidad, porque no se puede, pero sí deberíamos invitar al menos a mantener el respeto. Si hay alegría, que suene en el mundo entero el ole, el pasodoble o la felicidad en todas sus expresiones. Pero cuando venga la cruz de la fiesta, guardemos silencio hasta después, al menos que demostremos al mundo que hemos entendido la importancia vital del encuentro entre el torero y el toro. 
He sentido pena, tras presenciar San Isidro, en varios momentos en los que se faltó el respeto al torero, al toro, a la afición y a esta bendita locura que debería unirnos. Dejemos la mala baba en casa cuando vayamos a la plaza de toros. No pido, faltaría más, que regalemos nada a nadie, que reduzcamos la corrida a un interminable aplauso. No. 
Sólo digo que nuestra fiesta existe por una cuestión clave, fundamental, sólo una. Se llama emoción. Y debemos soñar siempre con alcanzarla. Sobran personas que acuden a los recintos taurinos en búsqueda de una emoción egoísta y absurda. La emoción es democrática, libre y general. 
Ha terminado Madrid y he soportado, como tantos aficionados, pitidos a destiempo, gritos absurdos, comportamientos cercanos al ridículo, a la vergüenza ajena. 
Por tanto, ahora necesito volverme y decirle a este señor de atrás: "Haga usted el favor, caballero, si no respeta a quienes están en el ruedo, es usted muy libre, pero si quiere pitarle al torero espere al arrastre si no le importa. Que yo quiero ver los toros y me enseñaron a respetar a todo aquel que se ponga delante. Todo en su momento, caballero, como la lidia. Gracias". 

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